Tras un riguroso proceso de censura aprobación, les dejo otra entrega de nuestro colaborador Diego Navarrete, aka Chu.
Zuru
No entiendo de qué se quejan. Que libertad de expresión, libertad de información, el “derecho” a informar (así se trate de la aventura más privada de una diva con su amante peninsular), y tantos otros reclamos.
¿Ha visto alguien un medio sujeto a control publicando algo contra la censura? Y si no reclaman ellos…
Lo reconozco, yo era de aquellos que desconfiaba de la noble labor que cumplía aquel comité de notables a cargo del marcador amarillo. Argumentaba que se trataba de artimañas dispuestas a engañar a la población con una falsa sensación de tranquilidad y orden. “Gendarmes del status quo”, “encubridores de la dictadura”, me atreví a llamarlos. Les debo una disculpa, pues no terminaba de comprender todas las ventajas que tiene escribir bajo dicho régimen. Es más, la palabra censura me parece desmedida y demonizante. Sería mejor hablar de “prudencia en el quehacer literario”.
En primer lugar, para los más díscolos autores, la singular sensación de incertidumbre respecto de si mi escrito será o no publicado, unida a la emoción que trae consigo el intento de filtrar alguna que otra idea propia entre los párrafos, debiese bastar para sentirse agradecido de escribir para los “prudentes”. Por lo demás, es innegable como dicho ejercicio mejora sustancialmente la sutileza de la escritura personal.
Para los escritores de espíritu menos osado, también aparecen una serie de maravillosas oportunidades. Este proceso de revisión, quita sobre nosotros el cruel y poco instruido juzgamiento de la masa. Ya no es preciso escribir para ellos, con todas las trabas que eso implica: simplificar el lenguaje, clarificar las ideas, y tener que lograr un texto atractivo para un público demasiado amplio. No, con el comité la cosa es distinta. Nos enfrentamos a un pequeño grupo, y que gracias a Dios (¿podré nombrarlo?), están a nuestra misma altura. Son intelectuales que se dedican, por así decirlo, al análisis literario. Así es sólo cuestión de tiempo para descubrir sus gustos e intereses, qué les gusta y qué no; cuestión de tiempo para entablar una cordial relación, donde ellos se encargan de guiarnos por el camino indicado: el tema correcto y la palabra precisa (¿la sonrisa perfecta? No, mejor no). De esta forma se pone fin al terrible problema del proceso creativo y la búsqueda de inspiración, que tantas complicaciones traen a aquél que se dispone a escribir.
Incluso para aquellos de espíritu revolucionario, y que insisten en desafiar abiertamente las directrices de la censura, existen ventajas (es, como pueden ver, un régimen extremadamente democrático, puesto que beneficia a todo tipo de autor): todo aquello que no ha sido aprobado se suprime del escrito dejando en su lugar un espacio en blanco. Así, aquellos que insisten en incluir términos y oraciones que atenten contra la prudencia, pueden ser identificados por la enorme cantidad de espacios en blanco contenidos en sus textos, haciéndose expresas sus críticas, precisamente por la falta de ellas. Al menos ahorrarán tinta.
Además, ¿no es el principal objetivo de todo escritor el convencer a otros con su obra? ¿No busca acaso recibir sino las mejores críticas por su trabajo?
Pues bien, todo escrito que ha sido aprobado, goza de aceptación universal, pues se constituye en la versión oficial. Qué tranquilidad saber que mañana no estaremos sujetos a un desmentido, o peor aún, ¡a una réplica! En todo caso, si alguien tuviera la osadía de desafiar nuestras opiniones, contamos con todo el apoyo de la oficialidad para sostener las bondades y veracidad de nuestra versión.
Por todo esto es que no entiendo de qué se quejan. Yo me encuentro feliz escribiendo bajo tanta ventaja. No sé si llegue al ágape, pero no reclamo.
Es cuestión de ver el vaso medio lleno…
Diego Navarrete
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