Todo comenzó un lunes. Después de almuerzo, cuando el mundo dormía la siesta, se asomó por la estación. Buscó una banca libre y fresca donde la sombra ayudara a llevar un poco mejor el calor. Después de sentarse extrajo de la mochila un libro que había comprado pocos días atrás en una feria. La historia era buena, pero no podía evitar mirar por sobre el libro cada una o dos páginas de lectura. Fumaba constantemente, dejando una pila de colillas y fósforos apagados en el cenicero herrumbroso y olvidado. Así se le fue la tarde, siempre esperando pero sin saber qué o a quién, hasta que con el caer de la noche se retiró.
El martes apareció un poco más tarde, cuando ya algunos volvían a sus trabajos. Siguió con su lectura, de la cual llevaba ya un tercio, elevando la mirada hacia el tren cada tres o cuatro páginas, y fumó unos cuantos cigarrillos hasta que el frío de la tarde lo hizo retirarse.
El miércoles ya nadie dormía cuando llegó. En la misma banca de siempre, echando una mirada esporádica cada vez que encendía un nuevo cigarrillo, se mantuvo imperturbable hasta caer en la cuenta que le quedaban sólo un poco más de cien páginas. Tomó sus cosas, miró otra vez, y se fue por el camino de siempre.
Así siguieron los otros días, llegando cada vez más tarde y leyendo menos, con miradas al tren menos frecuentes y una hora de retirada más temprano, pero siempre esperando.
Hasta que llegó el domingo. Sólo diez páginas lo separaban del final de la trama. Encendió un cigarrillo y leyó sin interrupción para expulsar la última bocanada de humo justo en el momento en que daba punto final a la historia. Se levantó en forma cansina, carente de esperanza volteó la mirada por última vez hacia el tren que se detenía, y al fin supo lo que estaba esperando. Pero la dicha e ilusión se le quebrantaron en un segundo al ver que tras de ella bajaba un hombre asiéndola de la mano. Al verlos besarse sonrió de forma demencial antes de huir para siempre de esa estación maldita.
te congratulo
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