Iba atrasado, como siempre. El metro no me ayudaba mucho, estaba detenido hace rato en la estación. Luego de unos minutos informan por los parlantes que hubo un accidente, por lo que el servicio quedará suspendido indefinidamente. Queda un cuarto de hora para que el horario de visitas termine.
Subo las escaleras a toda velocidad, y llego a la avenida principal. Recorro las cuadras como una gacela, esquivando gente y ciclistas. Entre tanta adrenalina no recuerdo bien el camino que tomé, pero al fin logro llegar al hospital. Mi cuerpo entra raudo al edificio, y vuela por los pasillos. Enfermeras y doctores me abren paso, como si supieran la urgencia que tengo por llegar a la habitación.
Me recuesto en la cama de al lado a la de ella. Mi madre no me mira, está dormida, tal cual la dejé hace dos semanas. Me incomodan un poco unos cables y tubos que hay en la cama, pero trato de ignorarlos.
Nunca había notado lo que sucedía en un hospital por las noches. El silencio de los pasillos solo es perturbado por los ruidos de las maquinas cardiacas y uno que otro paciente que entra por el ala de urgencias. Sin embargo estos ruidos me hacen imposible conciliar el sueño. Me quedo recostado y dejo mi mente volar. El tiempo parece haberse detenido.
Al cabo de unas horas, las luces del edificio se apagan y siento un estallido ensordecedor. Trato de levantarme, pero los cables me hacen difícil la tarea. Salgo al pasillo pero no veo a nadie, ni enfermeras ni doctores. Al fondo del pasillo, veo una sola luz. Trato de llegar a ella para averiguar a qué se debió tanto alboroto, pero está bloqueado por camillas y otros objetos que cayeron por el estruendo. A mi izquierda hay una luz de emergencia, pero está rota. Tiene los cables expuestos, pero la ampolleta al parecer sigue funcionando. Cuando tomo los cables para hacerla funcionar, siento una descarga electrica que me recorre de pies a cabeza. Abro los ojos, está todo muy brillante. Tras unos segundos logro enfocar, y lo primero que veo es la cara de un paramédico con un desfibrilador en sus manos. Balbuceo intentando saber qué es lo que está sucediendo. Él responde: Tranquilo, vamos camino al hospital, casi te perdemos allá abajo en la estación.