viernes, 18 de marzo de 2011

Gracias Julio por la idea

Hasta a la extrañeza es posible acostumbrarse. Al menos eso dice Pierre. O Cortázar. No vengo a juzgar la presunta transferencia de pensamientos entre autor y personaje.

Como decía, hasta la extrañeza es susceptible de volverse natural. Esa extrañeza redonda... ¿He dicho redonda? Mis disculpas. Es esa estúpida manía que tengo por adjetivarlo todo. Cualquier cosa.

¿Cómo va a ser la extrañeza redonda? Es tan redonda como cuadrada, triangular o trapezoidal. Y ninguno de los calificativos hace mucho sentido, ¿no?

¿Quién opina que la extrañeza se puede enmarcar en una forma geométrica? Más sentido tendría un análisis topológico de la extrañeza, y aun éste sería absurdo.

Imaginen escribir algo como "Ensayo sobre la topología de la extrañeza". Qué extraño, ¿cierto? Supongo que de ser algo, la extrañeza es infinita, pero a saltos.

¿Será la extrañeza buena? Y no me refiero a utilidad. Me explico: ¿tendrá la extrañeza una conciencia, un intangible que le indique la separación entre el bien y el mal? Y si lo tiene, ¿para qué lado se inclina? Carajo, me estoy desviando.

Me extraña, cómo no, esto que escribo. Peculiaridades matemáticas. ¿Qué estaré pensando? ¿Qué concepto será redondo? Pregunto, pues por algún motivo me vino el calificativo a la cabeza.

Redondo. Infinito. Continuo. Sí, a algo me recuerda. Sí, me suena a la soledad. Y claro, ahora caigo en cuenta.

Extrañeza, je. Lo que sucede es que erré en la acepción.

Zuru

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